El espíritu del 15M español reencarnó en Francia durante los últimos días de marzo de este 2016 frente al proyecto de ley del trabajo presentado por la ministra francesa del Trabajo Myriam El Khomri. Miles de personas se manifestaron en contra de la ley que adoptó rápidamente el nombre popular «Ley de El Khormi» y cuya aprovación supodría (dentro del gobierno de izquierda de François Hollande) un aumento considerable del poder de las empresas y empleadores acompañado, entre otras cosas, por un incremento de la jornada laboral a diez horas, siendo éstas susceptibles de ser aumentadas a doce horas diarias de trabajo. La indignación que supuso la noticia de tal ley llevó al redactor de la revista Fakir, François Ruffin, y al comité «Convergence de Luttes«(Convergencia de Luchas) a convocar a través de las redes sociales una reunión para planear la ocupación de la Plaza de la República en París el 31 de marzo. El movimiento denominado «Nuit debout» (noche en pie) se extendió a más de 50 ciudades de Francia en una oleada de campamentos en plazas públicas, ganando el apoyo de los simpatizantes del antiguo movimiento de los indignados españoles. Durante una veintena de días se continuaron las manifestaciones pacíficas rodeadas de policías prontos para levantar los campamentos. En un ambiente rebosante de juventud, el arte se sumaba al sudor reivindicativo. Música, acrobacias varias, jóvenes pintando al rayo del sol, asambleas reunidas para discutir sobre las alternativas políticas que podrían significar una mejor calidad de vida para las generaciones futuras, todos ingredientes de una ensalada cultural ordenada por Internet. A las protestas contra la ley del trabajo se sumaron otras como la crítica a las políticas migratorias en contra del pueblo musulmán, clima que no fue del agrado del filósofo Alain Finkielkraut, quién, curioso por presenciar los debates de un movimiento social tan novedoso, fue expulsado de inmediato de la plaza de la República entre acusaciones de xenofobia. Pero este nuevo 15M fue escenario el jueves 20 de abril de uno de los fenómenos más simbólicos y emblemáticos de la historia de la humanidad. Del mismo modo como se originó el movimiento el 31 de marzo, se convocó a través de las redes sociales a músicos de todo el país para interpretar la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak.
Se reunieron así hacia las nueve de la noche de ese jueves más de trecientos músicos que, habiéndose descargado la partitura de la obra por Internet y con su instrumento a cuestas, estaban prontos para fusionar melodías con completos desconocidos con los que compartían sin embargo lo más importante: un mismo sentimiento. Ensayando tan sólo un par de horas en un ambiente humano carente de esa rigurosidad y rigidez típicas de una sala de conciertos de música clásica, se lanzaron al encuentro de la música todos estos aventureros frente a un público de miles de personas congregadas alrededor de la estatua de Marianne. Las lágrimas corrieron por las mejillas de una masa conectada por un ideal. La música se transformó en símbolo de una revolución ideológica que tuvo sus cimientos en la conexión que hace posible la red tecnológica. Para quién haya experimentado este fenómeno de dimensiones épicas podrá decir con completa convicción que se trató verdaderamente de la Sinfonía del Nuevo Mundo.
Podrán volver todos estos jóvenes a sus hogares luego de ser arreados fuera de su campamento utópico por un sistema policial que vela por el orden vigente; podrán volver a sus actividades rutinarias enfrascándose en sus estudios, cumpliendo con sus jornadas laborales y frecuentando a sus amistades; pero esa noche miles la pasaron en vela ya que un sueño se hizo demasiado grande como para quedar encerrado fuera de la vigilia. Ninguno olvidará ese sentimiento. Ninguno dudará al momento de saltar por ese sueño. Saben que no están solos. Saben que están conectados. Saben que no es infantil soñar y ya saben qué camino tomar.
Bruno Gariazzo