Internet funciona en estos tiempos como la carta de un restaurante con un nombre del estilo de “Todo lo que pueda comer” ofreciéndonos a un bajo precio una inmensa variedad de contenidos para degustar. Platos cibernéticos de diversos orígenes desde un vídeo casero proveniente de un suburbio ruso sobre una broma de mal gusto hasta un documental “gourmet” filmado en la selva amazónica retratando el modo de vida de las tribus que la habitan. Información para todos los gustos, noticias amargas, vídeos dulces, relatos picantes. Todo a un click de distancia y el delivery llegará tan rápido como nuestro ancho de banda lo permita.
Con el arte sucede de igual forma, Internet otorga la posibilidad de propagar una obra de arte de formas que antes no eran pensadas. Esto desemboca en una democratización cultural que antiguamente no existían las herramientas ni el contexto adecuado para su desarrollo. Gracias a los efectos masivos de la difusión en red hoy por hoy un texto, una ilustración, una canción son capaces de llegar a los sentidos de todo aquel que desee apreciarlo. Esto demuestra una evolución en el arte, donde ya no es realizado solamente por un selecto grupo y disfrutado por quienes tenían acceso a los sitios donde era expuesto. El uso de Internet como herramienta de difusión permite que artistas que anteriormente no serían considerados como tal puedan darse a conocer en todas partes del mundo.
Personalmente considero que el amplio menú que ofrece Internet en su sección artística está compuesto mayoritariamente por platos que logran transmitir emociones más por sus sabores que por el nombre de sus chefs. El uso de la red en el arte brinda la posibilidad de trasladar las emociones transformándola en datos y convertirnos a todos en difusores de las mismas. Así un adolescente inglés que investiga la historia del Tetris puede toparse con la fotografía de un mural que un muchacho fotografió en Punta Carretas.
Ramiro Brianza